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mariam shambayati: July 2008

21.7.08


El zoorkhaneh de Mariam Shambayati

El juego tiende a la transfiguración y a la hermosura. Como indica Huizinga, es creador de cultura. Incluso en aquellos momentos de la historia o en aquellos pueblos eminentemente "serios", el juego subyace como energía vital que trasluce en elementos lúdicos de la infancia y juventud e, incluso, en múltiples manifestaciones de la vida adulta. Las ceremonias más formalizadas suelen tomar su estética en el juego triangular de la representación-recreación-transfiguración. En eso los zoorkhanehs –o casas de fuerza– me parecen ejemplares.

El zoorkhaneh no es un mero gimnasio o, aún menos, una sala de musculación. Conserva en su forma y en su intensidad algo de los templos mithraicos. Allí se ejercita el Varzesh-e Pahlavani­ –"ejercicio de campeones". La práctica del Varzesh-e Pahlavani es un arte de existir en común, como lo fueron las artes marciales arcaicas.

Las distintas áreas, los instrumentos con los que se ejercen, el ritmo y la música que lo induce, el conductor o los mismos pahlavani forman una unidad indisociable.

El área de los combates –goad– representa algo más que un ring, es en verdad la zona axial del zoorkhaneh y su parte más sagrada. Situada en el nivel más bajo del suelo, conlleva, como las antiguas arenas, el sentido de ofrenda y obliga a una cierta humildad, virtud que debe prevalecer en dicho recinto.

Los cilindros de madera –meel– calibrados en su tamaño y peso en función de la efectividad del ejercicio; el arco –kabadeh– o el escudo –sang–, implican un manejo que necesita iniciación, tanto más que deben estar en acorde con el ritmo musical que imparte el morshed, con su tambor –zarb– y la cadencia de su canto. En cuanto a los pahlavani están allí para mejorarse en común. Mejorarse como seres completos, mejorar cuerpo y espíritu. De ahí también que los recitativos sean

versos religiosos y cortos pasajes de poemas épicos persas del Shah-Nameh.

Su práctica conlleva iniciación, las distintas edades son una muestra palpable, niños, jóvenes y adultos se conjugan. Están allí para ejercitarse en un arte que conlleva un lento aprendizaje. Enseñanza y estímulo constantes.

Son las escuelas de pahlavani, las encargadas de promover los valores éticos-morales a los practicantes, a través de la observancia de ciertos códigos y el conocimiento de determinados valores: humildad, rectitud, generosidad al mismo tiempo que el respeto a la ley y la valentía. Un pahlavan y sus seguidores eran los encargados de proteger los barrios pueblos y ciudades y algo de esa moral remane. Cada escuela de pahlavani posee características únicas basadas en la cultura de cada una de las regiones de Irán. Promueven, sin embargo, similares valores éticos y morales, y difieren en algunas técnicas de lucha y en los ejercicios de forma un tanto sutil.

En el zoorkhaneh la relación con el cuerpo no se reduce a la mera imagen, lejos de la belleza impoluta que en las sociedades occidentales pretende hacer de todos cuerpos Danone. Allí ni técnica ni razón son la única perspectiva que pretenden remplazar la el ser por el estar, la esencia por la presencia. En las actuales culturas occidentales prima el individuo de forma obsesiva. La imágenes normativas que imperan son excesivas tanto en cantidad como en intensidad emblemática. Nos acosan y fascinan pero quedan inalcanzables pues de ellas se excluye el otro como posible igual y, lo que es peor, se prescinde del juego, con el júbilo y el humor que de él derivan. En el zoorkhaneh la forma se modela desde el ser.

Los humanos somos animales juguetones. El impulso lúdico está en la base de toda creación humana, fundamento del impulso artístico; síntesis, según Shiller, del instinto de la forma y del instinto sensible. En el jugar el propio movimiento trasciende al jugador y al juego mismo; lo cual no le resta gravedad, pues en él se da una seriedad propia que se emparienta a lo sagrado. El juego es vitalmente serio. Si entre los seres vivos el juego cumple una finalidad vital que les permite aprehender y aprenderse, entre los hombres el término final se disocia de su origen, permitiéndoles no solo aprehender sino proyectarse. Su carácter aparentemente superfluo no le sustrae "formalidad" sino que le añade aliciente; lo hace tanto más deseable para el hombre que funciona eficazmente a modo de escapatoria de la vida real. Le proyecta en el devenir.

Lo que aquí nos muestra Mariam conviene ser mirado. Digo bien mirar pues solo así podremos llegar a ver. No basta mirar para ver. Entre mirar y ver hay una distancia considerable. La misma que entre la mecánica inconsciente y el acto volitivo, o en retorno, entre la vista y la Visión. El sentido de la vista lo tenemos todos, sin embargo, no siempre llegamos a ver lo que está ante nuestros ojos. Para ver hay que tener claves, intuición o inocencia suficiente.

Esta premisa me parece necesaria para poder intuir lo que la mirada de Mariam Shambayati nos traduce. Para ella lo más importante no es lo anecdótico, sino lo esencial: transmitir en dos tablas la sensación que experimentó al serle desvelado lo que aquella crisálida encerraba: un mundo masculino velado al que la mujer solo accede a través de lo que intuye.

Mariam traduce esa impresión en palabras: hombres, movimiento, color, sudor, Iran...

Shambayati no elije frases descriptivas sino el impacto del vocablo y esa densidad nos la reflejan sus tablas. La densidad, la densidad como sensación y materia. Densidad temática, existencia y espacial que hay que experimentar entrando en ellas o quedando excluido. Solo en la tupida intensidad se nos revela el misterio. Ahondando con ella en la razón que la impulsó da cuenta brevemente: «me conmovió ver aquel espectacúlo por primera y única vez en mi vida. Había siempre oído hablar de los zoorkhanehs sin saber muy bien cómo eran de verdad.
 Al penetrar, sentí fascinación por aquel mundo iniciático masculino. El hecho de que hubiera todo tipo de hombres y de todas las edades, me hizo pensar que no estaban allí para juzgarse unos a otros o comparar su musculatura, sino transmitir un arte de maestros a discípulos.
Todos seguían el ejercicio o la danza sin necesidad de hablarse. Había un líder que llevaba cada ejercicio al que seguían los de más. Cada uno a su ritmo y según sus capacidades. Se sentía algo especial en aquel zoorkhaneh aquel día en Yazd, hace cinco años. Y eso, quise atraparlo en pintura».

Hay algo en esa densidad muy próximo a la que se percibe en la Naturaleza. «En la naturaleza el espacio no es algo que se otorga desde fuera; es una condición de la existencia nacida de su interior. Es lo que ha crecido o crecerá en ella. El espacio en la naturaleza es el contenido de la semilla. La simetría es la ley espacial del crecimiento, la ley del espaciamiento. Su código tampoco se impone desde fuera, sino que funciona en ella misma». Esta consideración de John Berger a propósito de las tallas de Romaine Lorquet, me permitirán concluir mi propia reflexión.

Lo que me evocan las tablas de Mariam Shambayati es la intensidad del ser que late en la hondura vital. Su lógica no pertenece ni tan siquiera a la intención formal, puja desde dentro como la sabia que conforma el crecimiento del bosque. Esa amalgama poderosa de cuerpos en movimiento nos trasudan, conmueven y trascienden. Lo que allí acontece es por sí mismo. Pudiera comenzar a existir con tan solo dar la llave del imaginario pues ya es en la fuerza que lo produjo: la conmoción que los sentidos a penas pudieron soportar y tanto tardó en hacerlos rebrotar. ¿Cómo dar cuenta de ello? Tan solo así: volcando su existencia y haciéndola vivir en cada espectador. Mirón supremo o supremo ignaro.

pedro a. cantero
tras la muralla
2008


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